Viernes, 9 de octubre de 2015

Mensajes diarios
MENSAJE DIARIO DE SAN JOSÉ, TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Con el corazón humano de un hombre simple y sin grandes aprendizajes intelectuales, aprendí a confiar en aquello que no se ve con los ojos del cuerpo, sino solo con los del corazón.

Como José de Nazaret, viví el mayor milagro de la vida: la concepción y el nacimiento de Mi Hijo Jesús, que asumí como Mío, sabiendo que en verdad era el Hijo de Dios.

No hubo mayor prueba de confianza y de fe en Dios, sino esta que José y María vivieron al saber que el hijo que tenían en los brazos, en aquel pesebre en Belén, era el Hijo del Dios Vivo, el Mesías tan esperado por todas las generaciones que antecedieron a la Nuestra. Era como vivir constantemente dentro de un sueño y no saber cuál era la realidad: si era lo que vivíamos con el Niño Dios, en la confianza de que Dios en Su Humildad, se hizo niño entre Nosotros y Nos permitió cuidar de Él y protegerlo, o si era lo que vivían todos los que estaban a Nuestro alrededor, cuya mayoría jamás podría concebir la verdad de que aquel pequeño Niño era, en realidad, un gran Rey.

Todos los días, al mirar al pequeño Jesús, Me preguntaba: ¿Cómo puede Dios, que nos protege y nos guarda, entregarse, así, en los brazos de los hombres y confiar en su cuidado y en la paternidad humana?

Fue entonces que Mi Corazón se abrió para descubrir que había algo en el corazón humano que solo Dios conocía, para que Él, que era el gran Padre de la Creación, se entregase como hijo a la paternidad de los hombres.

Solo la humildad de Mi Corazón fue la que abrió las puertas para que Yo comprendiese que Dios estaba mostrando nuestra semejanza con Él. Él venía al mundo como Hijo, para que pudiéramos descubrir dentro de nosotros al Padre, a Él mismo, al Dios Altísimo.

Les digo estas cosas porque sus corazones humanos también están ante muchos misterios y estarán ante verdades aún mayores, que despertarán en ustedes la fe o la incredulidad, de acuerdo a la manera como ustedes se sitúen frente al aprendizaje que Dios les ofrece con Su Perfección.

Si fueran humildes, ustedes podrían comprender la humildad de Dios, que de muchas formas se entrega a Sus hijos, para que ellos descubran lo que son en verdad y, así, despierten a la semejanza con Su Corazón Sacratísimo y Grandioso.

Les dejo, hoy, esta reflexión y estos códigos de luz de Mi vida junto a Cristo Jesús, que ahora reina en todo el universo.

Yo los amo hoy y siempre,

San José Castísimo